martes, 28 de agosto de 2012

ADAGIO. La génesis


En su origen,”Preludio”, Santiago fue un hombre solo, simple, con un pasado común a todos, con su presente a todos común. Sólo tuvo relación con la mujer a través de la voz de ella, autoritaria, sin rostro. Su imaginación quiso construir, con objetos inertes, una niña, la mujer altiva, la bestia salvaje y la muerte. Todo ello se  desvanecía entre sus manos. 
La imaginación de otro, el poeta, le brindó otra mujer: cercana, dulce carne, espuma, que le dio alas y respiro, para sobrevolar su pasado común, su presente común.

En la siguiente pieza experimentó una evolución, su imagen se hizo más clara, su perfil más rico, su espera de la mujer fue más concreta, mas no por ello menos infructuosa. Ni siquiera se sabe si es a la mujer a la que espera o se espera a sí mismo.
Ahora no espera, se muestra, actúa, llegará lo que llegue y muestra lo que desea mostrar, incluso a veces, pudorosamente, muestra su voz.
Ahora soy yo quien le está esperando."

En ese momento, hace casi cuatro años, me interrogaba sobre las dificultades y las sensaciones que encontraba ante la pretensión de que Santiago manipulara muñecos, es un interrogante continuo el que me acompañó en aquel periodo en el que puse pie en territorios inexplorados.

"El respiro de distancia ¿es adecuado o marca un tinte distante a la pieza? Aunque así fuera eso es lo que hay: Santiago con su vis cómica siempre bañado de melancolía.
¿Cuál es el ámbito? ¿Cuál la medida? los respiros, los silencios ¿ serán entendidos, compartidos, "covividos" ? por un público casual, heterogéneo, parco de atención y rico de rumor de palabras que llenarán los vacíos, que empujarán como una esclusa dejando a un lado del cuadro aquello que se dice sin hablar, que precisa de un ojo atento para mostrarse, para vivirse y alcanzar un vuelo más allá de las formas, del material del que estamos hechos, para expandirnos y desaparecer y conectar con esa energía que no está ni arriba ni abajo, que no es ni grande ni pequeña, que simplemente es.
Presintiéndola atrae y da miedo, quizá sea el miedo a la disolución, a la perdida de ese poco que creemos ser y nos sirve para definirnos. No sé si mis alforjas serán suficientes para este viaje. "

El trabajo con Santiago fue intermitente durante el tiempo que dediqué a la reestructuración de la fábrica, aunque su presencia física estuvo allí en todo momento, como observándome interrogativo.
La vivencia de difíciles y contundentes experiencias personales provocó una riada que arrastró todo, dejándome vacío, por tierra. En ese momento me apoyé en Santiago, desde mi interior deshabitado, como único puntal cercano. El azar, que no la casualidad, me hizo encontrar un libro de María Zambrano, Sobre un saber del alma, y allí leí:
"Y el ver y el sentir que aquello que hicimos antes sigue siendo nuestro en el después, crea una cierta firmeza; firmeza nada agresiva, ni revestida de seguridad rígida, sino que, muy contrariamente, produce un sosiego dispuesto a todas las indulgencias, hasta lo más difícil que es la de sonreírse un poco de sí mismo.
Indulgencia y sonrisa que viene a ser la comprensión del temor de otros días, de ese temor que acompaña siempre como signo de autenticidad a toda vocación.
Después, en la soledad, teniendo que afrontar por cuenta propia los riesgos de la vida y de la muerte, el temor se ha ido desvaneciendo; porque tenemos temor cuando nos rodea la seguridad y temblamos ante la idea de desmerecer de aquello que admiramos. Mas, cuando nada hay sino el riesgo, nada podemos temer, y entonces aquello que se quiere vuelve a presentarse, y en ese instante advertimos que llega ahora con toda pureza y con toda legitimidad. Porque sólo lo que no se ha podido dejar de querer, ni aún queriendo, nos pertenece.
Y es que parece condición de la vida humana el tener que renacer, el haber de morir y resucitar sin salir de este mundo. Y una vocación es la esencia misma de la vida, la que la hace ser vida de alguien, ser además de vida, una vida."

Y así me encontré " en ese lugar en que se nace y se desnace (...). Cuanto más entregado, más viviente. Cuanto más pasivo más ardiente, cuanto más, al parecer abandonado, más activo. (...) Para descubrir esas razones del corazón que el corazón mismo ha encontrado, aprovechando su soledad y abandono."

El espectáculo, como ahora se muestra, comenzó por el final, una reflexión no racional, acompañada del adagietto de Mahler. A partir de ese fin, en una especie de flash-back, se fueron incorporando el resto de las escenas. El inicio vino de los primeros orígenes de Santiago; los muñecos que aparecen le llegaron a las manos desde mi propia historia de titiritero; su intervención como bailarín del sirtaki me creó grandes dificultades: técnicas, que se fueron solventando gracias a mis amigos bailarines, y de energía, pues, queriendo que fuera un chispazo de afirmación de la vida, yo no estaba en ese momento, lo que demuestra que, si pongo en primer plano mi existencia inmediata, sólo constituyo un estorbo para que Santiago se exprese.

Cuando lo mostré en un ensayo abierto a un grupo de amigos, para recibir sus críticas y sugerencias, me regalaron la imagen que constituye el epílogo.

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