martes, 28 de agosto de 2012


SOBRE LA ZATTERA DI TERRA


Con este  nombre, La balsa de tierra, se estrenó, en marzo de 2012, el nuevo espectáculo de la compañía Pane e Mate de Milán.

 Tras las fructíferas experiencias en la dirección de”La disfatta di Roncesvalle”  y la redirección de “Sentieri  d´acqua”, http://youtu.be/3T93DIYj_QI quisieron  volver a darme en mano el timón de su nuevo proyecto.

El proceso fue inusualmente largo para la dinámica habitual de producción de la compañía, pues comenzamos el trabajo a mediados de Octubre de 2011. Esta prolongación en el tiempo nos permitió  partir de un estudio profundo, explorando caminos en el interior de la historia individual de cada uno de los actores.
El tema que se propuso fue la multiculturalidad. Después de un examen de cómo se expone en los medios de comunicación, en los programas didácticos y en las propuestas teatrales, consideré que no nos podíamos quedar en la ilustración de cuentos, costumbres o hábitos, mas o menos exóticos, que únicamente nos sorprenden o entretienen, pero que, difícilmente, llegan a hacernos sentir la pertenencia a una matriz común, 
por encima de nuestra propia experiencia cultural.

Comenzamos con la realización del propio árbol genealógico, la exploración de los orígenes de cada uno de nosotros nos permitió un movimiento introspectivo, que nos acercó a la definición de nuestra individualidad, no como accidente aislado sino como fruto de una serie de individualidades precedentes combinadas.
Cada uno interpretó gráficamente el árbol a su manera, desde los nombres expuestos consecutivamente, a su representación en mapas dinámicos con un símbolo para cada elemento. La exposición del  diseño ante los compañeros nos proporcionó  momentos de hilaridad e interesantísimas observaciones y preguntas, que enriquecieron la visión de los propios orígenes con miradas nuevas, que tenían la capacidad de hacer revisar la idea de la propia familia y, por tanto, el reconocimiento de nuestro espacio dentro de ella y, así, descubrir la tarea que ese grupo humano nos ha encomendado a cada uno de nosotros, qué papel nos ha sido asignado, dentro de esa tribu extendida en el tiempo.
La diversidad de las representaciones se mantuvo en la siguiente fase, en la que propuse un marco espacial común a todos, el círculo, a la manera de las ruedas de medicina indias o los tambores chamánicos siberianos. De este modo la información encontró un orden, una orientación, ligada a los puntos cardinales, los colores y los elementos de la naturaleza.
Cada uno siguió el propio ritmo, en cada puesta en común se abrían nuevas vías que conducían al siguiente tambor, llevando adelante la búsqueda o clarificando elementos confusos  del precedente. Los círculos venían constelados de símbolos personales, trazos espaciales, animales representativos, en un mapa relacional y afectivo. A veces, la sola superposición al trasluz suscitaba nuevos caminos, siendo la sorpresa y la curiosidad una constante en estas sesiones.

No todo fue fácil. El proceso sacó a la luz miedos y carencias, representaciones deformes de la propia identidad, bloqueos no resueltos, dificultades de relación con el entorno o con la propia vivencia. Mi pretensión no era la de hacer ningún tipo de terapia, ni siquiera de grupo, pero, el enfrentar tan gráficamente la propia realidad, llevó a que uno de los componentes de la compañía abandonase el proyecto, pues consideró evidente que su camino personal debía desarrollarse en otros ámbitos. Nos encontramos con tres elementos de cuatro y justo el que faltaba por incorporar era el fuego, el crisol, la amalgama de los otros tres.

El trabajo siguió adelante, a la vez que se buscaba un nuevo actor, por primera vez los tres elementos se vieron en la obligación de mirar más allá de su entorno habitual, lo que resultó un estímulo que, posteriormente, se incorporó al guión del espectáculo.
Contábamos con tres personajes: el que ve más allá, el que escucha el mensaje susurrado por la tierra y el que surca los caminos del aire. Nos faltaba el constructor. Y a construir nos pusimos, teníamos la antigua escuela de Fallavecchia, sede de la compañía,(dos plantas de unos 150 metros y un gimnasio de 60), la carpa de circo plantada en el recreo y buena parte del jardín. La indicación era el tratar el espacio como parte de un viaje interior, cada uno según su propia naturaleza.
Durante dos meses nos entregamos a una labor constante, las reuniones se intercalaron con el ruido de sierras, taladros y martillos. El acercamiento del nuevo actor fue a través de la construcción de una peana elíptica para el interior del circo, bromeábamos con la película Karate kid: “da la cera, quita la cera”.
En los atardeceres todos dejaban sus ocupaciones y se juntaban para realizar una sesión de percusión, cada uno con un ritmo y un tipo de parche, intentando encontrar una frase común que fuera el respiro del espectáculo y que le daría fin, junto al público percutiendo 150 tambores construidos para la ocasión.
Se crearon espacios de gran sugestión: una gruta laberíntica, una habitación inundada de semillas a la que se accede por un tobogán, una   estancia inspirada en la paleta tibetana conteniendo campanas tubulares de gran tamaño, un puente colgante sobre las nubes que conducía a un desierto de arena, pasillos y recorridos constelados de pinceladas de estructuras precedentes, una espacio octogonal inundado de luz blanca, una esfera de ramas entrelazadas de grandes dimensiones y el circo convertido en nuestra balsa.

Los últimos días fueron de locura (por otra parte nunca he participado en un estreno que no le falten quince días), la noche de la víspera era todo un ir y venir de materiales y vehículos, iluminados por el resplandor de las últimas soldaduras. Fue decisiva la presencia de amigos y vecinos que se remangaron para dar el último empujón, cuando nosotros ya estábamos casi al límite de nuestras fuerzas.
Llegó el día del estreno, pusimos sobre la escena una dinámica que se mostró excesivamente contemplativa frente a la energía que el público aportaba, los tiempos de los recorridos no estaban suficientemente coordinados, faltó tensión en la parte final.
Ante estas deficiencias nos pusimos de nuevo al trabajo y en los días siguientes reformulamos el espectáculo, replanteamos los recorridos, incorporamos un nuevo actor cuyo elemento fue el éter representado por los sueños y volvimos a reproponerlo. La dinámica, más cercana a la fórmula ya experimentada anteriormente por la compañía, se demostró efectiva, la incorporación del quinto elemento aumentó la dinamicidad y el final llegaba al crescendo que deseábamos.

La permanencia en cartel del espectáculo, dos temporadas, permitirá que el proceso de decantación lleve los elementos a su justo lugar y la generosidad y talla profesional de los actores harán, de esta propuesta escénica, una experiencia única dentro del panorama teatral.